Un visita fructífera y llena del Espíritu Santo
07.06.2022 - 14:20:44 | 7 minutos de leitura

La visita de Mons. José Luis Azcona a las diferentes comunidades de Argentina ha sido fructífera y llena del Espíritu Santo.
Muchas personas de los diferentes ministerios por donde pasó el agustino recoleto, Mons. José Luis Azcona, han agradecido la visita, el testimonio y las palabras llenas del Espíritu Santo que les ha dirigido y compartido.
Esta visita terminaba con el retiro en el colegio Agustiniano de Buenos Aires, en el que participaron laicos y religiosos de las comunidades de Santa Fe, Rosario, Mar del Plata y de Buenos Aires.
El quipo organizador, conformado por diferentes integrantes del CEAR Argentina y Fr. Manuel Fernández, propiciaron todo el esfuerzo para que se lleve de la mejor manera este retiro. Debido a la gran afluencia de fieles al retiro se preparó el gimnasio del colegio para las charlas y celebración del Eucaristía.
El sábado, desde antes de las 9 de la mañana se fueron congregando para iniciar la jornada de retiro, que finalizó con la celebración de la Vigilia de Pentecostés. Mons. Azcona decía en su homilía que “el nuevo Pentecostés está aconteciendo y con Él estamos aprendiendo que con Él todo se renueva, todo parece recién estrenado, todo se abre. La sorpresa es la noticia de cada día y la sensación de que esta ola del Espíritu nos está llevando lejos. Creemos que esta juventud, renovación o revitalización, es para todos y ese nuevo Pentecostés lo pedimos para toda la Iglesia, para la Orden y para todas las Provincias”.
Al día siguiente, nuevamente iniciaban a las 9 de la mañana y terminaron con la celebración de la Eucaristía y luego el almuerzo; después de un momento de oración, alabanza y prédica de Mons. Azcona.
Así finalizó esta visita revitalizadora para las comunidades agustino recoletas de la Vicaría de Argentina, donde los fieles pudieron vivir unos días llenos del Espíritu Santo.
Mons. José Luis Azcona
La vida humana puede compararse con un tejido, tal vez con un tapiz. Para ir tejiéndolo Dios se vale de personas, lugares y situaciones, como si se tratase de otros tantos estambres.
Si quisiéramos presentar de este modo la vida de Mons. Fr. José Luis Azcona, tendríamos que empezar, sin dudas por los dos estambres portantes de toda su existencia, sus padres: Martín Azcona y Esperanza Hermoso; ambos fueron dos navarros sencillos, amables, trabajadores y cristianos a carta cabal; juntos construyeron el “telar” en el que se tejerían las vidas de José Luis, el primogénito, y de sus cuatro hermanos: Francisco Javier, Carmen, Dionisio y María Pilar.
Otro “cordón esencial” en la existencia de monseñor ha sido la tierra que alimentó su vida natural y sobrenatural. Aunque Monseñor Azcona nació en Pamplona; su tierra nutricia fue el municipio de Dicastillo, población rural de la Merindad conocida como “Tierra Estella” y que, en 1940, año del nacimiento de nuestro biografiado contaba con aproximadamente 1390 habitantes. Dicastillo fue, pues, su primer terruño; este hecho no es insignificante, sobre todo si se tiene en cuenta que por aquellas épocas la sociedad dicastellesa estaba constituida por una población eminentemente católica. Un cristianismo fervoroso y práctico era el elemento que mancomunaba a todos los pobladores.
En un ambiente de convicciones profundamente cristianas como la tierra navarra de la posguerra civil española comenzó a trenzarse la trama vital del futuro fraile y obispo; nada puede extrañarnos, pues, que ya a los diez años su corazón se convirtiera en tierra fértil para recibir la semilla de la vocación. Sintiéndose llamado por el Señor, a partir de 1950 comenzó a prepararse para abrazar la vida religiosa agustino recoleta en los seminarios de Martutene y San Sebastián, ambos en la provincia vasca de Guipúzcoa; los hilos de su corazón y los de Dios seguían entrelazándose para hacer de él un paño disponible para recibir el pan de Cristo.
Siendo apenas un adolescente el aspirante Azcona marchó de la norteña Guipúzcoa a la meridional Granada para descubrir allí, en el convento de Monachil, a un Dios que lo seguía enamorando. Desde 1957 hasta 1962, año en que recibió la ordenación diaconal, Fr. José Luis permaneció en Monachil; poco después fue enviado a Roma a continuar sus estudios doctorándose en teología moral. En la misma ciudad en la que San Pedro y San Pablo dieron el supremo testimonio de su amor, el fraile recoleto recibió su ordenación presbiteral el 21 de diciembre de 1963. En ese momento, milagrosamente, el sayal de fraile se convirtió en corporal para consagrar.
Los años posteriores a su ordenación lo vieron como capellán para los inmigrantes españoles en Alemania (1966-1969/1974), Prior Provincialde la Provincia de Santo Tomás de Villanueva (1975-1981), vice maestro y maestro de novicios en Colombia y España respectivamente. El tapiz de su vida iba adquiriendo lentamente nuevas tonalidades y texturas.
Habiéndose ofrecido en 1985 como voluntario para la misión que nuestra Provincia guía pastoralmente en Marajó (desembocadura del río Amazonas) trabajó como vicario parroquial en Soure. Fue precisamente allí donde Dios, a través de San Juan Pablo II, lo llamó al episcopado en 1987, como obispo-prelado de Marajó. El llamado al episcopado no hizo que su vida se convirtiese en un cendal dorado sino más bien en la tela de una red misionera para mal dormir y, sobre todo, en paño de lágrimas de muchos hermanos y hermanas nuestros que esperaban que alguien luchase por sus derechos.
Sería muy extenso resumir todas las tareas que realizó Monseñor José Luis durante sus casi treinta años al frente de la misión marajoara. A las innumerables tareas pastorales de todo obispo –y en este caso de un obispo misionero– quiso Dios pedir a Don José Luis que asumiera el rol de protector de los más desprotegidos. Su claro compromiso contra la trata de personas y en particular contra la explotación sexual de menores hicieron que su vida fuera amenazada en varias ocasiones.
A diferencia de Ezequías, aquel rey de Judá que sintiéndose enfermo y viendo su vida en peligro, con acento quejumbroso se lamentaba diciendo: “Ya no contemplaré al Señor en la tierra de los vivientes, no veré más a los hombres entre los habitantes del mundo. Arrancan mi morada y me la arrebatan, como una carpa de pastores. Como un tejedor, yo enrollaba mi vida, pero él me corta la trama” (Is. 38, 15) Don José Luis manifestó en repetidas ocasiones que no tenía miedo a morir puesto que Dios y su Pueblo eran sus mejores defensores y que, en todo caso, con gusto entregaba su vida si esa vida servía para la defensa de los más desprotegidos.
Se haría sumamente extenso mencionar los reconocimientos recibidos por Monseñor José Luis por su defensa de los más desprotegidos; permítaseme simplemente mencionar el “Premio internacional Jaime Brunet a la promoción de los derechos humanos” otorgado en 2021 por la Universidad Pública de Navarra por su lucha contra la explotación sexual y la trata de mujeres y menores.
Para concluir querría destacar la vida espiritual de Mons. Azcona. No quiero herir su modestia y por eso simplemente diré que siempre ha sido conocido por sus hermanos y por los fieles como un apasionado buscador de Dios. En la soledad de Urcal o en la foresta amazónica siempre buscó a Cristo y eso es lo que ha hecho que en el tapiz de su vida se fuese formando la imagen de nuestro Buen Pastor resucitado.
Fr. Ricardo W. Corleto OAR